Testamento de Heiligenstadt
A mis hermanos Carl y Johann
Oh vosotros, hombres que me miráis y me juzgáis huraño, loco o
misántropo, ¡cuan injustos habéis sido conmigo! ¡Ignoráis la oculta
razón de que os aparezca así! Mi corazón y mi espíritu se mostraron inclinados
desde la infancia al dulce sentimiento de la bondad, y a realizar grandes
acciones he estado siempre dispuesto; pero pensad tan solo cuál es mi espantosa
situación desde hace seis años, agravada por médicos sin juicio,
engañado de año en año con la esperanza de un
mejoramiento, y al fin abandonado a la perspectiva de un mal durable, cuya
curación demanda años tal vez, cuando no sea enteramente imposible.
Dotado de un temperamento ardiente y activo, fácil a las distracciones de la
sociedad, debí apartarme de los hombres en edad temprana, pasar mi vida
solitaria. ¡ Si algunas veces quise sobreponerme a todo, oh cuán
duramente chocaba con la triste realidad renovada siempre de mi mal! Y sin
embargo, no me era posible decir a los hombres: "¡Hablad más alto,
gritad porque soy sordo!" ¿Cómo me iba a ser posible ir revelando
la debilidad de un sentido que debería ser en mí más perfecto que en los
demás?, un sentido que en otro tiempo he poseído con la más grande perfección,
con una perfección tal que indudablemente pocas personas de mi oficio han
tenido nunca. ¡Oh, ésto no puedo hacerlo! Perdonadme pues si me veis
vivir separado cuando debería mezclarme en vuestra compañía. Mi desdicha
es doblemente dolorosa, puesto que le debo también ser mal conocido. Me está
prohibido encontrar un descanso en la sociedad de los hombres, en las
conversaciones delicadas, en los mutuos esparcimientos, Sólo, siempre solo. No
puedo aventurarme en sociedad si no es impulsado por una necesidad imperiosa;
soy presa de una angustia devoradora, de miedo de estar expuesto a que se den
cuenta de mi estado.
Esta es la razón por la cual acabo de pasar seis meses en el campo. Mi
sabio médico me obliga a cuidar mi oído tanto como sea posible, yendo más allá
de mis propias intenciones; y sin embargo; muchas veces, recobrado por mi
inclinación hacia la sociedad, me he dejado arrastrar de ella; pero qué
humillaciones cuando cerca de mí estaba alguien que escuchaba a lo lejos el
sonido de una flauta y que yo no oía nada, o que escuchaba el canto de un
pastor sin que yo pudiera oír nada.
La experiencia de estas cosas me puso pronto al borde de la
desesperación, y poco faltó para que yo mismo hubiese puesto fin a mi vida.
Sólo el arte me ha detenido. ¡Ah! Me parecía imposible abandonar este
mundo antes de haber realizado todo lo que me siento obligado a realizar, y así
prolongaba esta miserable vida, verdaderamente miserable, un cuerpo tan
irritable que el menor cambio me puede arrojar del estado mejor en el peor.
¡Paciencia! se dice siempre; y debo tomarla a ella ahora por guía; la he
tomado. Durable debe ser, lo espero, mi resolución de resistir hasta que plazca
a las Parcas inexorables cortar el hilo de mi vida. Acaso será esto lo mejor,
acaso no, pero yo estoy presto siempre. No es muy fácil ser filósofo por
obligación a los veintiocho años, no es fácil; y es más duro aún para un
artista que para cualquier otro.
¡Oh Dios, tú miras desde lo alto en el fondo de mi corazón, y lo
conoces, sabes que en él moran el amor a los demás y el deseo de hacerles el
bien! Vosotros, hombres, si leéis un día esto, pensad que habéis sido injustos
conmigo, y que el desventurado se consuela al encontrar a otro desventurado
como él que a pesar de todos los obstáculos de la naturaleza, hizo cuanto
estaba a su alcance para ser admitido en el rango de los artistas y de los
hombres de elección.
Vosotros, hermanos míos, Carl y Johann, inmediatamente que yo haya
muerto, si el profesor Schmidt vive aún, rogadle en mi nombre que describa mi
enfermedad y a la historia de ella unida esta carta, a fin de que después de mi
muerte, al menos en la medida que ésto sea posible, la sociedad se reconcilie
conmigo. Al mismo tiempo, a vosotros dos nombro herederos de mi pequeña
fortuna, si se la puede llamar así, que la debeis partir lealmente, estando de
acuerdo y ayudándoos el uno al otro. El mal que me habéis hecho, lo sabéis, os
lo he perdonado desde hace mucho tiempo. A ti hermano Carl te doy gracias
particularmente por la solicitud de que me has dado testimonio en los últimos
tiempos. Hago votos por que tengáis una vida feliz, más exenta de cuidados que
la mía. Recomendad a vuestros hijos la virtud, porque sólo ella puede dar la
felicidad que no da el dinero. Hablo por experiencia. Ella me ha sostenido a mí
mismo en mi miseria, y a ella debo, tanto como a mi arte, no haber puesto fin a
mi vida por el suicidio ¡Adiós y amaos! Doy gracias a todos mis amigos, y
en particular al príncipe Lichnowski y al profesor Schmidt. Deseo que los instrumentos
del príncipe L. puedan ser conservados en la casa de alguno de vosotros, pero
que esto no provoque entre vosotros ninguna discusión. Si no pueden seros
útiles para algo mejor, vendedlos inmediatamente. ¡Cuán feliz seré si
todavía puedo serviros desde la tumba! Si fuera así, con qué alegría volaría
hacia la muerte. Pero si ésta llega antes de que haya tenido la ocasión de
desarrollar todas mis facultades artísticas, a pesar de mi duro destino,
llegará demasiado temprano para mí y desearía aplazarla. Mas aún así, estoy
contento. ¿No va a librarme de un estado de sufrimiento sin término?
Venga cuando viniere, yo voy valerosamente hacia ella. Adiós y no me olvidéis
enteramente en la muerte; merezco que penséis en mí, porque a menudo he pensado
en vosotros durante mi vida para haceros felices. ¡Sedlo!
Ludwig van Beethoven
Heiligenstadt, 6 de octubre de 1802.
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